Vivamos el duelo

Hace una semana exactamente perdí algo muy mío. Me arrebataron, o más bien me arrancaron con premeditación y alevosía, una muela. Del juicio la llaman. Juicio debía tener ella, porque el que es el mío… Raras veces acudo a él. 

A lo que iba. Una pérdida notoria la del otro día, para mi boca y para mi lengua, que la busca y no la encuentra. ¿Qué solemos perder en nuestras vidas? Nunca había reparado en ello, pero me doy cuenta que en numerosas ocasiones he perdido: un partido de básquet, el metro, dándome la puerta del vagón en las narices, el móvil, hasta ahora perdido y encontrado, aunque pasando el mal rato de “no puedo estar sin móvil”, ¡qué cosas!, hace unos años me entretenía tan feliz sin él. También he perdido el número en la pescadería, la virginidad, la vergüenza y ¡cómo no!, la paciencia. 

Pero, ¿qué significa perder? ¿Es sólo el antónimo de ganar? Perder es más que eso. Es dejar de tener. Es un vocablo que inevitablemente relacionamos con otros como: el fracaso, la desgracia o la frustración. Nada positivo, como podéis ver. A nadie le gusta perder. A menudo, nos produce hasta dolor. 

¿Y qué hace el ser humano ante una pérdida del tipo que sea? ¿La esquiva? ¿La evita? O, ¿la acepta, convive con ella? Más bien lo anterior. Incluso a veces, la llegamos a olvidar. Pero, ¿qué sucede con las pérdidas suficientemente significativas? Básicamente, que no tenemos recursos internos para afrontar la tragedia ni el dolor. Me refiero en este caso, a la muerte de un ser querido. 

Aunque sabemos que después de una pérdida, el duelo agudo se va suavizando, también sabemos que seguiremos inconsolables y que nunca más encontraremos un sustituto. No importa qué pueda llenar el vacío, aunque lo llene del todo, siempre es algo diferente. Y en realidad, tiene que ser así. Es la única manera de perpetuar este amor al cual no queremos renunciar.

SIGMUND FREUD

Hoy quisiera hablaros del proceso posterior a ella. El que se da después de una pérdida importante, es decir el duelo. Parece que, en nuestra cultura, la occidental, el dolor está prohibido. Como si estuviéramos limitados a la hora de expresar sentimientos relacionados con el sufrimiento, la angustia o la pena. Pero todo dolor va relacionado con un valor. Me explico. Cuánto más grande sea el valor que damos a una pérdida, más grande será el dolor que sentimos por ella. Que sentimos. En efecto. El dolor se siente, no se padece. 

Intentemos cambiar desde ya, esa visión tan negativa que damos socialmente al duelo. Vamos a hacer un intento de ver y reconocer su parte más pedagógica: “el duelo es un proceso adaptativo ante la pérdida, para volver al equilibrio”. [1]



A continuación, os resumo las fases del proceso de duelo según el modelo de Neimeyer (Aprender de la pérdida):


FASE 1: NEGACIÓN
Negar la pérdida, esquivarla. “No es posible que me haya ocurrido a mí”. No puedo hablar de ello, es demasiado doloroso, duro y cruel. La muerte aparece como un hecho inoportuno, en el que vale más no pensar.

FASE 2: NEGOCIACIÓN
Ésta suele darse en la muerte de uno mismo. “Si tuviera un poco más de tiempo, podría…” Se trata de posponer lo inevitable. Muchas de estas negociaciones tienen que ver con tratamientos médicos.

FASE 3: DEPRESIÓN Y ASIMILACIÓN
Cuando te das cuenta de que ahora ya sí es irreversible. “¿Cómo voy a seguir viviendo SIN esa persona a la que tanto quería?” Aflicción, pena. La esperanza decae. Todos los sueños y planes con esa persona que ya no volverá jamás, dejan de tener sentido.

FASE 4: ACEPTACIÓN
Cuando la frustración, incluso la ira se convierten en casi resignación.

Este orden no tiene porque ser el que se de en realidad, incluso podrían repetirse fases. Pero sí que es necesario para el bienestar de la persona, que se de por fin la última fase. Y eso no va a significar que olvidemos, pero sí que tenga lugar una cierta serenidad dentro del dolor. La cicatriz durará de por vida, pero la herida deberíamos cerrarla, por nuestra salud.

Aquello que no nos es posible evitar, 
tenemos que aceptarlo.

WILLIAM SHAKESPEARE

Con el post de hoy, he pretendido proporcionaros, proporcionarme más información acerca del duelo, para hacer crecer el conocimiento, y así afrontar la muerte de aquella persona tan querida con otra actitud. Las emociones serán inevitables, y así deben serlo, pero de nuevo deberemos aprender a autogestionarlas, que no obviarlas, ni prohibirlas. El recuerdo de esa persona que se ha ido para no volver será nuestro gran tesoro.

Cuando el corazón llora por lo que ha perdido, 
el alma sonríe por lo que ha encontrado.

PROVERBIO


[1]AVELLAN, Concepció (2013). Pèrdues i dols. Reflexions i eines per identificar-los i afrontar-los. Barcelona: Octaedro.

Comentarios

  1. Interesante artículo y reflexión sobre algo universal. Es cierto que se nos enseña desde muy pequeños a no darles valor y sentir determinadas emociones " negativas", la educación de las emociones es una gran herramienta para contrarrestar los efectos de una cultura fundamentalmente hedonista.

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    1. Totalmente de acuerdo, Bibiana. Tengo que decir a favor de una educación emocional, que en las escuelas cada vez se apuesta por este tipo de educación; también porque esa es la necesidad y realidad que nos encontramos, hay que hacer un trabajo diario de gestión de emociones brutal, pero es tan gratificante cuando ves que funciona y la fuerza del grupo clase ayuda. Muchísimas gracias por pasarte por el blog y comentar. Un saludo!

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