Hoy se me antoja una reflexión en torno al civismo e incivismo, la crispación gratuita y las fervientes ganas de vivir tranquila y en paz.
Hoy no ha sido un día habitual. Hoy no he ido a trabajar a la escuela, como cada día. Hoy he tenido la oportunidad de asistir a una formación para profesores de música, de esas que enriquecen el alma, cantando, aprendiendo pedagogía musical, …, así ha transcurrido mi día. Pero, de camino y entre medio han ocurrido cosas. Por la calle, mientras andaba. Algunas las he presenciado como mera espectadora, otras las he vivido en primera persona.
Vayamos por partes. Después de mucho tiempo, básicamente porque durante ese tiempo he sido usuaria habitual de bici y después patinete, he vuelto a ser un zombie musical por las calles, así me llamaba mi padre cuando lo hacía con cables hace ya casi 20 años. Ahora, la mayoría de gente lleva auriculares inalámbricos, y yo, como buena melómana, de la buena música, no iba a ser menos.
Prosigo. Iba cruzando un paso de cebra, con el semáforo en verde para los peatones, pero en ámbar para los coches, y yo, que hoy iba un tanto insegura, o al menos más que otras veces, porque repito, hacía mucho tiempo que no dejaba mis oídos totalmente aislados de mi entorno al caminar, he pensado que la furgoneta blanca un tanto embalada no iba a parar, y al hacer lo contrario, al pasar yo primero, le he dado las gracias con un gesto con la mano.
Alguien puede preguntar indignado, ¿para qué das las gracias si lo tienes verde? Dicen que es de bien nacidas ser agradecidas. Pues yo soy de esas. Muchas veces, en mi día a día doy las gracias, de más. Más vale que sobre, que no que falte. Parece que hoy va de dichos la cosa, y eso que los suelo decir siempre del revés, cambiados o hasta inventados; hoy sólo le he cambiado el género a uno de ellos, por adecuarlo a mi persona en particular.
Por ahora vamos bien. Tanto la furgoneta, o sea su conductor como yo. Creo que ambos hemos sido de lo más cívico.
Inmediatamente después, a dos calles me he vuelto a encontrar con una situación idéntica. Casualidad o no, pero otra vez se trataba de una furgoneta blanca, pero ahora cruzábamos yo y un padre, que tendría mi edad aproximadamente y su peque, que podría ser la mía, perfectamente. La furgoneta iba embalada, parecía que se iba a saltar el semáforo, en ámbar, y que no iba a respetar el verde de los peatones que esperábamos pacientemente en la acera, pero no ha sido así. La furgoneta blanca ha frenado a tiempo. Justa, pero a tiempo. Tampoco en seco. Simplemente, a tiempo.
El papá ya ha tenido que decirle algo al de la furgo cuando pasaba por delante de ella. Y ya la tenemos liada. ¿Hace falta? Quiero decir, hay recriminaciones que igual, no tocan o no llevan a ningún buen puerto. No sé si estaréis de acuerdo conmigo, pero lo he visto totalmente innecesario ese toque de atención desafiante, acompañado de una mirada casi asesina. ¿Hace falta que el peque viva esa serie de improperios y malestares varios? ¿Lo ocurrido anteriormente lo justifica? ¿Qué ha ocurrido? Ah, claro que podría no haber frenado… En todo caso, lo veo fuera de lugar, y buscar jaleo donde no debiera haberlo.
Y por último, os relato un susto que me he llevado casi al final del día. Volvía de recoger a la peque del cole, giramos la esquina, por la acera. Una moto, con su motorista encima, no os vayáis a pensar que va sola, avanza sin piedad hacia nosotras. Nos la encontramos de golpe. Evidentemente, le he recriminado, al igual que ha hecho el hombre que iba detrás mío. ¿Creéis que el motorista se ha dignado a parar? No sólo no ha hecho eso. Se ha metido en contra dirección en la calzada, para coger por fin la calle que él quería. Menos mal que llevaba a la peque de la mano, sino no quiero ni pensar lo que hubiera sucedido.
Y, para rematar veo de cerca unos coches a punto de salir y arrancar, esperando su semáforo en verde. Cuando por fin se pone, viene un coche por detrás, pitando al primero porque no ha salido a la milésima de haber cambiado. Me giro de golpe para ver la cara del energúmeno, y no os lo perdáis, partiéndose de risa con el copiloto porque iba pitando a la gente de esa manera, gente que vive la vida con paciencia y tranquilidad.
¿A qué se debe esta crispación gratuita, este nerviosismo, este no saber estar ni saber hacer? A veces pienso, que pierdo el tiempo preocupándome por algo tan grave a mi parecer, como es la decadencia del ser humano.
A veces yo pienso lo mismo que tú... ¿Merece la pena?
ResponderEliminarPues aunque pueda parecer que no, yo sigo creyendo que sí. Un abrazo enorme
Claro que sí Tere! Si lo decía un poco desde la desesperación, pero no hay que tirar la toalla, está claro, mal iríamos. Gracias por pasarte por mi espacio y comentar. Sabes que eres siempre bienvenida. Un fuerte abrazo!!
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